Rachel García es una maravillosa emprendedora, con una experiencia invaluable en su primer proyecto: Jumperr, cuya historia merece sin dudas un artículo de su protagonista. Rachel cursa actualmente la VII edición del Curso de Emprendimientos e Innovación Scalabl de Buenos Aires. Al agradecerle una reflexión profunda y contundente que publicó en el grupo de Facebook de nuestra Academia, su respuesta me provocó una sonrisa, seguida de un sentimiento cálido de alegría en el pecho.
Entonces comencé a escribir un párrafo intentando transmitir un recuerdo al grupo, y eso derivó en este artículo, que me lleva a resignificar la historia, fusionándose con el momento que hoy vivo con Scalabl Global. Si bien es muy personal, decidí compartirlo porque considero que transmite una serie de aprendizajes importantes.
“Francisco, cuando yo te escuché hablar por primera vez pensé que eras un poco utópico…”
¡Enormemente agradecido!
“Utópico”, una palabra que me dicen con dulzura desde que tengo uso de razón (casi un niño). Otros sin tanto tacto, me llamaban simplemente “loco”.
Fran: (argumento)
Mundo: “Lo que decís es utópico”
Paso 1: Entrada
Al principio la inmadurez me llevaba a enojarme, a insistir de mil maneras, a buscar infinitos argumentos (mamá muy sutilmente me decía “el taladro”) para que la gente creyera en mi, para demostrar que intentaba señalar maneras válidas y posibles (pero fuera de la norma) de alivianar su frustración (considerarse víctimas, aprendería más tarde) y animarlos a alcanzar lo que expresaban que deseaban (o que entonces no sabía, veía adentro de ellos). El cuidar, el proteger al otro, lo relativo de las convenciones (y su establecimiento social que se suele confundir con “la verdad” o “lo que es”) me desvelaron desde temprano. Quizá por ver sufrir durante muchos años a mis afectos, o contar con una extrema sensibilidad, o tal vez porque yo mismo me sentía desvalorizado, disminuido, incomprendido. Obviamente sin credenciales, ni inteligencia emocional desarrollada, ni una retórica clara, pausada y segura (porque los argumentos no diferían mucho de los que sostengo ahora), mi lucha resultaba en vano y me llenaba de inseguridad sobre mi mismo, me convencía de mi propia locura (esa voz de los otros), y me hacía sentir totalmente impotente, aunque sin derribar mis convicciones ni mi deseo y meta autoimpuesta de forma casi irremediable, de cambiar el mundo. Haciendo un paralelo con la metodología emprendedora que hoy enseño de Customer Development, se puede decir que repetía una y otra vez, lo que llamo “la del cabezón” (escuchar que el consumidor desea otra cosa, que claramente no es tu target y seguir empeñado en sostener tu producto).
Paso 2: Fuerte. Plato Fuerte.
[en caso de alergia a la filosofía sugerimos mantener lectura acelerada y no detenerse en los conceptos].
La adolescencia, económicamente independiente desde los 16 años por haber creado el segundo programa de chat en español (sobre IRC) a los 13 y generado un violento monopolio, me encontró totalmente desatado, sobre todo desde la determinación a seguir mi propio camino y experimentar mis creencias (aún con gran nivel de sufrimiento y angustia). Refugiado en una profunda introspección (filosofía siempre con aplicación real), seguía empeñado en hacer ver a la gente la infinidad de caminos posibles (rescatando el valor de la utopía), seguro de que el mundo real era el del “ser”, donde el sentir se tornaba pleno por manifestar el infinito potencial de la propia esencia en un estado de autoaceptación. En contraposición al “sistema”, que nos entrenaba a realizar comportamientos sociales y normalizadores, alejándonos de esa naturalidad del “ser” y enfocándonos en “distracciones” (trabajo, bienes, dinero, rutinas) que de alguna manera nos protegían aislando nuestro abismo del de los otros. Imaginaba el mundo ideal como aquel en el que todos pudiésemos vivir lo real, el “ser” con aceptación y respeto también de los demás, y esbozaba como ejemplos múltiples de esos posibles caminos que podían concretar esta visión en la práctica. El amor (para mi el sentimiento más puro) era cuidar al otro no desde uno sino desde el otro. El mote de locura sonaba para entonces ya halagador. Lucía 20 cm de pelo “afro” (¡sí, crece hacia arriba y luego se convierte en rastas!), hablando de forma locuaz pero incomprensible, a una velocidad desbordante, durante horas, insaciable, con una mente que no se detenía. No es difícil imaginar entonces, que mi actitud no ayudaba a sumar amigos, y aún menos amores, que no fueran “imposibles”. Fueron esos amores mi terreno de batalla y entrenamiento contra lo “utópico”, donde demostraba caso a caso, que cualquier “utopía” (con más comillas que nunca), con creatividad, trabajo, y una resiliencia implacable se podía tornar realidad (a chicas que desde la incomprensión, la sorpresa, o su propia inseguridad apostaban por mi un rato, a veces largo, y creían (¡creían!) para finalmente rendirse a lo imposible). Era ahí, en esas pasiones, en esos desafíos, en esas historias, que se juntaban el cuidar, el proteger, el amar, el desarrollar al otro, y el hacer posible (¡el mostrar que sí lo era!): lo más íntimo de mi mismo, “mi ser”, lo que aún hoy, me da felicidad plena.
Nunca perdí de todas formas la convicción que sostenía desde muy pequeño, que la única manera de cambiar las cosas era ser “el mejor del sistema” (¡una vez más un tanto exagerado!). Insistía que “los buenos”, se quedaban en lo micro, y no estaban dispuestos a hacer el esfuerzo y el camino de aprendizaje requerido (una vida) para alcanzar ese nivel de poder transformador. Priorizando siempre los fines sobre las formas (inaceptable), los “malos” tenían esa tenacidad y entrega (de ahí la connotación negativa de poder), e indignado por este hecho (y ferviente creyente y defensor de reemplazar la definición de la palabra “utopía” en la Real Academia Española) me obligaba a la responsabilidad de hacer algo al respecto.
Mientras tanto y casi sin darme cuenta, con la experiencia vital totalmente en otro lado, y padeciendo la realidad profundamente, mi autoexigencia impulsada familiarmente de chico (¡la mamma! con todo lo bueno y lo malo de su amor incondicional y deseo de darme intelecto, sensibilidad, bondad, cultura y herramientas de una forma prematura), me encontró de sorpresa no sólo recibido con honores sino con un Master en Economía a los 23 años (cuando digo sorpresa es sorpresa en serio, estudiando como podía, con lo que quedaba de mi cuerpo, la noche anterior, con la bendición de apuntes de compañeras de una prolijidad prodigiosa, y quizá con el valor agregado del entrenamiento de “guerra” del secundario en el Colegio Nacional de Buenos Aires, que también contribuyó enormemente a mi tendencia filosófica y enorme desequilibrio).
Paso 3: Dulce UTÓPICO
La experiencia, la seguridad, la inteligencia emocional, la capacidad de gestionar equipos, de alternar entre tierra o vuelo, de adaptarme a las circunstancias, de saber leer a los demás y distintas situaciones, la capacidad de intuir la validez de la propia intuición, la paciencia, la importancia de no sobreproteger para desarrollar, junto a muchos otros aprendizajes, fueron surgiendo en dos ámbitos fundamentales:
1) en la vida corporativa (donde cumplir objetivos y crecer exigía un nivel de atención, aprendizaje continuo, perseverancia, estrategia, resultados, política, relaciones sólidas y estables, y cuidado de cada palabra, donde un error podía desviarte un año de la meta del “sistema”, que a su vez, era una meta indirecta para mi “utópico” sueño final).
2) En relaciones más sanas y estables con personas maravillosas, y la posibilidad de pasar mis últimos 9 años enamorado de mi mujer actual, Roxana, que me eligió completamente desde lo que soy y entre muchísimas virtudes, la considero un ser de una inteligencia emocional superior (sólo superada por su madre, mi suegra, ¡mi muy admirada Mari!). Sí, en eso también resulté afortunado.
Rachel, hoy no recibo ya hace tiempo esa palabra “utópico”, y creo que por eso tu comentario despertó este dulce recuerdo, me dibujó una sonrisa, y de una simple frase, hizo surgir toda esta ebullición (escribí este texto de corrido, luego le hice pequeñas correcciones de estilo)
Las credenciales, el camino recorrido, ser “respetado”, contar con la colección de elementos que la sociedad toma como proxy (o referencia) para dar validez a tu discurso, hace que como anticipé de chico, la escucha de la gente cambie (completo mi curriculum desde que tengo uso de razón eligiendo actividades de forma estratégica, obteniendo títulos y “galardones” que me cuestan muy poco y la gente sobrevalora, apuntando a ser cada día mejor “en el sistema”).
Desde esas credenciales, y a medida que la credibilidad crece, afirmo que un gran porcentaje de la gente te admira y se entrega al mensaje antes de empezar a hablar, con una convicción tan inmediata que siempre me vuelve a sorprender, y otro porcentaje (también de forma inexplicable) te odia a escondidas con gran profundidad o confabula entre las sombras, intenta lastimarte y lo logra (con una mezcla de celos, resentimiento y admiración, pero no contra uno, sino contra la figura simbólica que proyectan de uno). Allí está la inteligencia (y desafío mayúsculo) de no dejarse afectar y elegir la mejor manera de responder (que en general, y con experiencia, pasa por saber, que cuando uno tiene poder, y aunque tenga razón, pierde siempre en la confrontación).
Café y trufa de Tiramisú
Sin cuenta pero con propina (¡en aplausos y compartidos!)
Es importante entender que en cada caso, aquello que se llama “utópico” son simplemente nuestros sueños. Si vieran las cosas que escuché y vi en Singularity… Si imaginaran lo “utópico” al cuadrado del mundo que tendremos en pocos años (ya les contaré mucho más de esto). Todo, todo, supera al mayor libro de ciencia ficción que no sólo hayan leído, sino también imaginado. Nos acercamos rápidamente a un mundo sin imposibles. [REPITO: Nos acercamos rápidamente a un mundo SIN imposibles].Y todavía hay tiempo de descubrir con metodología emprendedora, trabajando en comunidad, combinando talentos, cuidándonos, compartiendo lo que sentimos, lo que nos pasó, como hizo Rachel en nuestro grupo, o como yo hago ahora quiénes somos realmente y nuestros sueños: que esos imposibles ya no existen hoy ni existieron tampoco ayer.
No necesitamos siquiera la tecnología que se viene. La tecnología es producto de la “utopía”, sostenida en el tiempo por millones de Homo Sapiens. Desde que inventamos las primeras tecnologías, herramientas (un palo filoso para cazar o defenderse, algún elemento para refugiarse, un elemento para encender el fuego o cocinar).
Apuntamos y tenemos la oportunidad hoy de formar con Scalabl una comunidad real, donde por primera vez los sueños de muchos se mezclan de forma natural con el sistema, y el sistema con los sueños, donde las organizaciones se generan con propósito de bien, y su retribución es la satisfacción de cumplir nuestra visión y dejar un legado viviendo y manifestando cada uno nuestra esencia, siendo felices, viviendo de ser lo que somos (recuerden que el dinero es el paso intermedio para comprar cosas que nos lleven a eso, este camino es mucho más directo). Y Scalabl es sólo una de miles de comunidades que se están formando.
En mi visión, el mundo que se viene no es un mundo de jerarquías, no es un mundo de exitosos o fracasados, ¡no es un mundo vertical. ¡O más que nunca, puede no serlo! Con enorme probabilidad será un mundo horizontal donde cada uno como emprendedor (el trabajo formal desaparecerá, sí) y desde su talento genere valor para los demás de forma independiente o en comunidad (presenten atención al crowdsourcing, está pasando muy desapercibido entre otras tecnologías exponenciales). El mundo de mañana depende radicalmente y hoy más que nunca de los valores que manifiesten en acciones o inacción los líderes y los individuos. Lo que sigue es una lucha de valores, y todos somos participantes en este juego:
Cada decisión individual, cada palabra, cada acto, cada postura hacia el otro, será fundamental y multiplicadora de ahora en adelante. Los individuos, por nuestro impacto en las comunidades, pasamos a ser más influyentes que nunca en la historia en el mundo que se viene.
Mi visión, mi sueño con Scalabl, y afortunadamente, tras un largo camino, el de tantos otros Alumni (¡ya somos 400!) es tener una comunidad global, diversa, con valores de bien, de cuidar al otro, y expertos en jugar el juego de hacer posible, que ayude desde toda área, desde toda ciencia, desde toda arista, y unidos desde el poder de nuestras diferencias, a ganar esta batalla.
¡Gracias! por escuchar esta parte de mi historia. ¡Gracias Rachel por todo lo que provocaste en mi con tu reflexión y ese comentario! Tu acto es una prueba contundente de cómo tu aporte individual a la comunidad nutre a los otros y genera nuevas posibilidades multiplicadoras.
¡Abrazo fuerte! Y sí… date el gusto, si aún no te convenzo, podés llamarme “ÚTOPICO”
Con enorme afecto y entrega,
Francisco Santolo